Bruce Conner: Un americano original

10 noviembre, 2010 - 18 noviembre, 2010
Lugar
Edificio Sabatini, Auditorio
Comisariado
Bruce Jenkins y Berta Sichel
Bruce Conner. Easter Morning, 2008
Bruce Conner. Easter Morning, 2008

Producto de un espíritu impredecible e inclasificable, la extraordinaria obra cinematográfica de Conner continua hechizando, provocando y atrayendo. Conocedor de los cánones del cine clásico y la vanguardia, sentía inclinación por las formas híbridas. Sus películas, que unen fragmentos de metraje dispares y, aun así, parecen tener continuidad visual (gracias, en parte, a un potente acompañamiento musical), rinden tributo a los avances de los estrenos cinematográficos, donde los efectos visuales y sonoros superan con frecuencia la lógica narrativa.

Conner posee la habilidad casi alquímica para crear obras de gran presencia visual y poder a partir de metraje encontrado. Tras el aparente anonimato del material de archivo y las colas de proyección, la mano del artista no sólo manifiesta su impresionante maestría sobre las posibilidades formales del cine, sino también un interés particular por desenmascarar los mensajes sociales y políticos ocultos en las películas de serie B, las noticias, las películas pornográficas y los cortometrajes educativos de los que se surte.

En la década de los años sesenta, Conner se dedica a forzar los límites de visibilidad del cine con sus estrategias hipercinéticas de filmación y montaje, desarrollando una crítica cada vez más cáustica de los medios de comunicación. En Report (1967), película sobre la vida y la muerte del presidente Kennedy, involucraba en el asesinato tanto a los medios como al mercado.

El rechazo del cineasta hacia toda forma que pudiera amenazar con convertirse en estilo distintivo le lleva, a finales de los setenta, a desacelerar radicalmente el flujo de imágenes en obras más reflexivas. En Crossroads (1976) monta a baja velocidad, con la música repetitiva de Terry Riley, las imágenes gubernamentales de la infame prueba nuclear de 1946 en el atolón Bikini; en Take the 5:10 to Dreamland (1976)utiliza lentos fundidos en negro y la onírica banda sonora de Patrick Gleeson; y en los noventa reelabora películas anteriores, como la delirante Looking for Mushrooms (1959-1967), ralentizando a un quinto de su velocidad y acompasándola a una partitura de Riley. Muchas de sus últimas obras condujeron a Conner a filmes anteriores y proyectos inacabados, lo que creó una especie de mandala de su obra cinematográfica.