Conferencia de clausura. La cultura es el exilio. La imaginación política de la diáspora (1936-2021)
Germán Labrador en diálogo con Rosario Peiró
En 2019 se cumplieron ochenta años del inicio del exilio republicano en un contexto de crisis migratoria global, con evidentes paralelismos entre los nuevos y viejos campos de desplazados en Europa. El recuerdo de las diásporas ibéricas se volvía así parte de una más larga historia de desplazamientos y retornos, que no empezó con la guerra civil, ni acabó en la transición y no tiene a los españoles como protagonistas exclusivos. Esta conferencia se hace cargo de dicha sincronía para plantear nuevos modos de relación con los exilios republicanos.
A diferencia de lo sucedido hace cuarenta años, ya no se plantea su normalización. Entonces, en el contexto de la transición española y con un horizonte de homologación europea por delante, se buscaba reintegrar en el espacio nacional un cuerpo extraño. Así se documentan iniciativas como la exposición El exilio español en México (Ministerio de Cultura, 1983), cuyos buenos propósitos tuvieron escasos resultados, pues el universo del exilio acabó reducido en la memoria colectiva a la condición de provincia espectral. La historia nacional se remodelaba al tiempo en clave de progreso, dinamitando los puentes que las diásporas crearon con América Latina.
Pero, en los exilios, la vida sigue inscrita en ciudades y tierras, a través de la condición irrecuperable del tiempo en cada cuerpo. Desde la migración como experiencia, asumiremos su alteridad respecto del estado. En cuanto a la historia de la nación, el exilio siempre opera como palanca crítica capaz de desplazar un paradigma entero. Esto fue lo que sucedió con Américo Castro, pues de su experiencia de destierro nace el gesto crítico —revolucionario— de situar el Oriente en el corazón de la historiografía española. Si la experiencia del desplazamiento siempre ha sido una experiencia de extrañamiento, Castro aprendió a leer, con ojos de apátrida, los exilios que, en realidad, constituyen toda historia nacional, incorporando en sus relieves la sombra que han dejado los otros, los desplazados de otros tiempos: judíos, musulmanes, bereberes, moriscos o conversos.
Al tiempo, otros novelistas, filósofos o artistas aprendían a leer la historia ibérica desde el exilio, como una suma decantada de expulsiones, destierros y matanzas. De ese giro ético nace lo que hoy denominanos una historia poscolonial, basada en la centralidad de las víctimas y la historia de los derrotados. En el actual contexto de crisis ecológica y migratoria global, los mecanismos de producción diaspórica se han acelerado, hasta volver relativa la dimensión inmensa de los destierros ibéricos antes y después de 1936. Aquí, una arquelogía del exilio, de sus saberes y estudios, del aprendizaje de sus modos de mirar y recordar, resulta imprescindible en la elaboración del paradigma que nuestra época reclama, uno donde las diásporas republicanas sean parte de una historia global de la ciudadanía migrante en cuyo centro se encuentre la desposesión y el desarraigo, la necesidad y el derecho que toda persona tiene de hallar en el mundo un hogar.