Filmar la danza: principio y fin de un siglo
Pero la relación entre danza e imagen no es exclusiva del último cuarto de siglo; de hecho, ya en sus inicios, surgió una atracción especial entre cine y danza que hoy, transcurridos casi cien años, parece interesante continuar analizando.
La primera parte de este programa está dedicada a las interesantes miniaturas cinematográficas realizadas en las décadas de los años veinte y treinta con coreógrafas fundamentales para el desarrollo de la danza moderna como Ruth St. Denis (Newark, 1879; Los Ángeles, 1968), Mary Wigman (Hannover, 1886; Berlín, 1973), Valeska Gert (Berlín, 1892; Kampen, 1978) o Martha Graham (Pittsburgh, 1894; Nueva York, 1991), además de los cortometrajes dirigidos e interpretados por Maya Deren (Kiev, 1917; Nueva York, 1961) en los años cuarenta.
La segunda parte del programa está reservada a la producción más reciente, con la excepción del homenaje al realizador belga Walter Verdin (Anderlecht, 1953), cuyos trabajos con Win Vanderkeybus (Herenthout, 1963), Anne Teresa de Keersmaeker (Malinas, 1960), Àngels Margarit (Tarrasa, 1960) o Mal Pelo evidencian una capacidad innata para componer, a un ritmo vertiginoso, el tiempo y el movimiento.
Entre las producciones de última generación, se observa una creciente voluntad de cruzar las fronteras genéricas, desde la radicalidad de los trabajos de Douglas Rosenberg, cercanos a la performance y con un elaborado tratamiento sonoro, a la original apuesta de Laurent Gentot, quien, a partir de las grabaciones de los ballets de la Opéra national de París, pone la tecnología de la imagen al servicio de la experimentación estética.
Se encuentran también obras con claras referencias al mundo del cine narrativo, como Bloody Mess (1996), provocativa pieza de Alison Murray (Nueva Escocia, 1970), o Exit (1997), de Clara van Gool (Ámsterdam, 1962); mientras que el último trabajo de Angels Margarit se acerca al teatro en una conversación entre dos cuerpos.
No obstante, el puro lenguaje coreográfico continúa presente en obras como Solstice (1997) de Christophe Bargues o Vertigo Bird (1996), valiosos ejemplos de la capacidad emotiva de la puesta en escena visual del trabajo coreográfico. Imágenes quemadas y desenfocadas crean un mundo de una plástica singular en el último vídeo de Diego Ortiz y Carmen Werner (Madrid, 1953), sin olvidar el preciosismo estético, casi lírico, de Reines d’un jour (1996), de Pascal Magnin.
Esta muestra ofrece, en definitiva, una nueva oportunidad para apreciar el intenso mundo de la creación en el siglo XX.