Jack Smith. Kill Time – See a Movie

22 septiembre, 2008 - 23 octubre, 2008
Lugar
Edificio Sabatini, Auditorio
Comisariado
Bob Nickas
Jack Smith, foyer de la película Flaming Creatures, 1963. Cortesía The Plaster Foundation
Jack Smith, foyer de la película Flaming Creatures, 1963. Cortesía The Plaster Foundation

“Hacer arte no tiene por qué ser fácil. En realidad tiene que ser muy aburrido. Tiene que llegar a ser, no sólo aburrido, sino de verdad, de verdad, mortalmente aburrido”. Bajo la máxima que Jack Smith proponía como terapia contra el aburrimiento ante el arte oficial, Kill Time - See a Movie, ofrece una retrospectiva de la obra cinematográfica de este artista visionario cuya influencia reverbera en las películas de Ken Jacobs (su temprano colaborador), George y Mike Kuchar, Andy Warhol y John Waters, en el trabajo escénico de Richard Foreman, Charles Ludlam, Cady Noland y The Cockettes -grupo de teatro y performance activo en San Francisco a finales de los sesenta y principios de los setenta-, el glam de los New York Dolls y las instalaciones y esculturas de Karen Kilimnik e Isa Genzken.

Quizá sin saberlo, Smith contribuyó a definir la noción de camp formulada en los sesenta por Susan Sontag, una de sus primeras admiradoras. Lo camp procede de una posición decididamente homosexual de artistas que rechazan el mundo heterosexual por aburrido, predecible y, como diría Smith, “pastoso”, y que, al colocarse fuera de ese mundo, abren un nuevo espacio de libertad no limitado por lo convencional. Aunque una de sus películas se titula Normal Love (1963), Smith es un artista para el que la sola idea de lo “normal” resulta atroz. Sus primeras obras prefiguran la cultura de la era post-Stonewall, la liberación de la mujer, los derechos de los gays, las protestas por la guerra de Vietnam y el inconformismo generalizado que invadió América a finales de los sesenta.

Aunque su trabajo está impregnado por el cine clásico, la música y las bandas sonoras de su juventud -y sus películas nos transportan a los treinta y los cuarenta, a Josef von Sternberg y a la musa de Smith, María Montez-, la estética de Smith exige del público, no sólo un sobrecogimiento total, sino que además, viaje en el tiempo al mundo que conjura en sus películas y en sus performances.