Sólo los domingos. Una noche en el museo (o lo que vio Betty Boop)
Cuando el vídeo entra en el museo -como pieza de exposición o herramienta de un espía- la eternidad del espacio tiende a rendirse ante los cortes rápidos, fugas de tiempo real y las cronologías alternativas del audiovisual, ya vengan de Hollywood o de la industria del arte.
Por ello, el modo en que el vídeo traslada la noche al museo es a la vez literal (por la oscuridad de la sala donde se proyecta) y metafórica (como espacio-tiempo carnavalesco que abre nuevas posibilidades de habitar y experimentar la cultura). El destino del vídeo es convertirse en parte del museo y al mismo tiempo transformarlo.
El sempiterno intento de superar el museo es el punto de conexión clave de Una noche en el museo (o lo que vio Betty Boop), una compilación que propone trotar por el museo en cuanto que lugar físico y zona de protocolos establecidos. Comenzando por el museo como institución histórica (Marton & Larré, Patricia Esquivias, Asli Cavusoglu), se extiende por la escultura pública (los sketches de Otto Berchem y los exorcismos poéticos de Juozas Laivys); los monumentos cinematográficos-históricos y los sitios sacados de cuadros (los skinheads de Sislej Xhafa en la Fontana de Trevi y la danza de Laurel Nakadate frente a la casa de American Gothic); la aséptica sala de exposiciones y sus rituales (Adriana Lara), el museo como sistema de orden y disciplina (Francisco Camacho), el museo como empresa comercial (Hubert Czerepok y Steve Rushton, Omer Krieger) y la visita al museo como protocolo cultural establecido (Mario García Torres).
La resignificación de la cultura del museo y el posible mal uso de obras y discursos, códigos y escenarios, son métodos que utilizan los artistas invitados a este ciclo. Casi todos los vídeos contienen un fuerte elemento performativo y algunos se han filmado en museos en los que jamás se proyectarán.