Sala 001.02
En la década de los ochenta, surgió un modelo europeo de política cultural socialdemócrata basado en la promoción de las industrias culturales y el mercado, afín a una época de expansión y crecimiento económicos. En España, el gobierno socialista de 1982 rediseña la política expositiva institucional con el objetivo de promocionar el talento artístico nacional dentro y fuera del país. Se organizan grandes exposiciones en torno a autores que desde finales de los años cincuenta representan la modernidad española en la esfera internacional, como Eduardo Chillida, Antonio Saura, Antoni Tàpies, José Guerrero y Esteban Vicente, entre otros.
La producción de arte contemporáneo en España durante los ochenta basculó entre dos mecánicas nacionales habitualmente en tensión: la nacional, con su carga de tradiciones y marcas, y las voces nacionalistas o regionales, que resurgieron con la implantación del Estado de las autonomías.
El Centro Nacional de Exposiciones (CNE) asume, bajo la dirección de Carmen Giménez, pleno control sobre la política expositiva de arte moderno y contemporáneo del Ministerio de Cultura. Marca las líneas directrices de la política exterior para la promoción del arte español contemporáneo, con el propósito de internacionalizarlo. Con motivo de la inauguración del Centro de Arte Reina Sofía, en 1986, organizó una exposición titulada Referencias: un encuentro artístico en el tiempo, que establecía un diálogo entre la obra de Saura, Chillida y Tàpies y la de artistas internacionales, como Georg Baselitz, Richard Serra y Cy Twombly. Los textos del catálogo hacían referencia al carácter internacional de nuestro arte y a la modernización institucional que supuso la apertura del Museo.
Este enfoque internacional perseguía múltiples metas; entre ellas, la de mejorar la imagen de España en el exterior a través de las exposiciones de consolidados artistas locales y, a su vez, llevar el arte internacional más reciente al nuevo público español y dar por finalizado el aislamiento cultural en el que se encontraba el país durante la dictadura franquista.
A esta apuesta por la internacionalización de la marca España y al renovado interés por la pintura y por la escultura se sumó una circunstancia más: la España plural, con las adhesiones nacionalistas o regionales que florecieron con el Estado de las autonomías, como Cataluña, País Vasco y Galicia, a las que se unieron otros territorios, provocando un cambio en la articulación del relato nacional, proyectado en las campañas turísticas y en la diplomacia cultural. Los gobiernos de estas comunidades autónomas llegaron a patrimonializar algunas de sus figuras artísticas para
afiliar identidad, estilo y cultura. Chillida y Jorge Oteiza, lo mismo que Tàpies y Miró, se convirtieron en referentes visuales de la oficialidad vasca y de la catalana, respectivamente. Pero también Antonio Saura, José Guerrero o Esteban Vicente fueron apoyados desde las instituciones, ya estatales, ya autonómicas.
En consecuencia, el arte español que iba desde la posguerra hasta mediados de los setenta se reincorporó al proyecto institucional. Esta sala La modernidad institucional exhibe una selección de obras de esos creadores, que orientan la política expositiva de la década de 1980.