Sala 400.06
Coderch y la nueva imagen de España

Una vez apuntalado el nuevo régimen en los años cuarenta, el franquismo buscará su legitimización internacional y lo hará, en parte, a través de la presencia española en eventos internacionales como la Trienal de Milán, donde se podía experimentar, sin asumir demasiados riesgos, la diplomacia cultural que habría de desmentir la oscuridad de la España de postguerra. Mediante la conjunción de artesanía y creación artística contemporánea, nuestro país emitirá al exterior una imagen propia que le va a permitir ofrecer un perfil moderno sin deshacerse del vínculo con la tradición.

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Una vez apuntalado el nuevo régimen en los años cuarenta, el franquismo buscará su legitimización internacional y lo hará, en parte, a través de la presencia española en eventos internacionales como la Trienal de Milán, donde se podía experimentar, sin asumir demasiados riesgos, la diplomacia cultural que habría de desmentir la oscuridad de la España de postguerra. Mediante la conjunción de artesanía y creación artística contemporánea, nuestro país emitirá al exterior una imagen propia que le va a permitir ofrecer un perfil moderno sin deshacerse del vínculo con la tradición.

La primera vez que España concurre a la trienal milanesa será en 1951 aunque no lo hará por iniciativa propia. Gio Ponti, director de la revista Domus, va a ser quien ponga encima de la mesa la propuesta para incluir a España en el evento gracias al contacto que mantenía con José Antonio Coderch al que había conocido en 1949 en Barcelona y a la relación de este último con la Dirección General de Arquitectura. Junto a Coderch, el otro nombre decisivo en la concepción y puesta en escena del pabellón será el crítico de arte Rafael Santos Torroella. Con la propuesta de ambos, consolidarán un modelo de padiglione que España repetirá en ediciones posteriores y que poco se va a parecer a lo que presentaban el resto de los países.

El discurso oficial de la edición de 1951 pasaba por servir de escaparate a la decoración doméstica más vanguardista y al equipamiento electrodoméstico quasifuturista que países como Estados Unidos llevaban por bandera. Frente a esto, poco o nada podía aportar España, la excepción autoritaria europea cuya industria no despegaría hasta una década después. Sin embargo, es esa carencia de tecnología la que lleva a los autores del pabellón de 1951 a hacer gala de un compendio de arte y artesanía que subraya la unicidad española. La diplomacia cultural, pues, se ufanó en mostrar una imagen de España decisivamente moderna, pero, al mismo tiempo, deudora de lo popular en un intento por hacer compatibles las expectativas internacionales con la reafirmación del tradicionalismo oficial. Esto explica que junto a xiurells baleares o mantas zamoranas, apareciesen obras de Ferrant, Serra o Miró y, sobre todo, da respuesta a la presencia —y utilización— de un icono republicano como Lorca en la presentación del pabellón oficial de la España franquista. Estos dos últimos autores, Miró y Lorca, cobran especial interés ya que sus obras también estuvieron presentes en el último evento internacional de la España republicana: el pabellón de la Exposición Internacional de París de 1937.

La buena acogida del pabellón de 1951, sin duda, animó a repetir en las dos ediciones siguientes. En la XI Trienal, José María García de Paredes y Javier Carvajal serán los elegidos para diseñar el pabellón español. Esta será la última cita milanesa en la que veamos la conjunción de artesanía y arte de la mano de obras firmadas por Jesús de la Sota o Miguel Fisac junto a maletas y bolsos de la histórica casa Loewe puesto que, a partir de 1957, España abandonará la Trienal y se centrará en la Bienal de Venecia como escaparate en el que presentar la creación artística contemporánea española.

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