Medidas de emergencia supone la constatación de la evolución artística de Antoni Abad (Lérida, 1956) en lo que se refiere al empleo de los nuevos medios. En este caso, el recorrido pasa de la práctica escultórica al vídeo. No obstante, la experimentación con los soportes no redunda en el abandono de la escultura; al contrario, consigue un equilibrio entre las distintas prácticas, incluso una hibridación, en muchos momentos. Las posibilidades de análisis se amplían considerablemente, al ponerse en juego nuevos procedimientos y recursos de exposición, que dan origen a otras formas de relación entre la obra y el espectador. Este punto de inflexión en la trayectoria de Abad se produce a mediados de los años noventa y coincide con su estancia en Canadá en 1994, en The Banff Centre for the Arts.
La exposición se divide en dos partes. Aunque cada una se despliega en salas distintas del espacio, no son del todo autónomas temática y conceptualmente hablando. En la primera se reúnen dos obras cuyo denominador común es la idea y el acto de medir y en las que Abad propone el palmo como unidad, no ya sólo de longitud, sino de ocupación espacial y posesión.
La videoinstalación Medidas menores y la escultura La distancia recorrida al ir pasillo abajo, el once de agosto de 1994 −ambas de 1994−, suponen la traducción de la medición de distancias cotidianas, de modo que la secuencia de palmos constituye una variable para medir el flujo de la vida. De esta manera, en primer lugar, plantea la conversión de su palmo −una medida personal−, en patrón o parámetro universal. En segundo lugar, el artista evidencia que todo es susceptible de ser medido, esto es, controlado o contenido.
Por otro lado, en la videoinstalación Sísifo (1995) Abad insiste en las posibilidades del vídeo para crear estados de máxima tensión física y psicológica. El artista apela a la naturaleza incorpórea de la imagen de vídeo. La proyección de la imagen de un hombre desnudo -acorde al canon clásico de belleza-, se enfrenta con su propio reflejo en un espejo. La figura tira sin parar de una cuerda, de modo que se analiza la inevitabilidad y persistencia de la angustia eterna, así como la lucha constante del hombre consigo mismo.
En el segundo espacio de la exposición las protagonistas son las ratas. En Errata (1997), la tensión aumenta al contemplar la imagen de decenas de ratas, que termina por ocupar la sala. De esta manera, la distancia entre el espectador y el objeto de repulsa queda anulado. La inclusión del sonido de gritos de ratas contribuye a que la reacción de asco y malestar por parte del espectador aumente. De este modo, Abad hace visible la vida subterránea de las ratas, presentándolas como ejemplo de vida paralela, además de imaginarlas como otra posible unidad o patrón, dada su equivalencia en longitud con el palmo.
Datos de la exposición
Obras de la Colección incluidas en la exposición
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