Francisco Toledo (Juchitán, México, 1940) es uno de los artistas vivos más importante de México. Su pintura se basa en la tradición zapoteca, y trabaja la cultura a través su particular visión, heredera en parte de Rufino Tamayo, artista al que conoce en París en su estancia en la década de los sesenta. En la capital francesa contacta con Octavio Paz y recibe influencias de Paul Klee y Jean Dubuffet, así como de la pintura matérica de Antoni Tàpies. En esa década, pasa unos meses en Barcelona, donde trabaja el grabado en la Editorial Polígrafa.
Esta exposición en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía se une a otras anteriores que repasan la aportación de artistas latinoamericanos como Vicente Rojo, José Luis Cuevas, Juan Soriano, Wifredo Lam y Severo Sarduy, entre otros. Para esta ocasión se reúnen más de noventa obras del artista mexicano, que se presentan en orden cronológico y temático. La exposición comienza con un vídeo y una serie de retratos de la fotógrafa Graciela Iturbide, que sitúan las gentes, el ambiente, el taller y las obras realizadas en Oaxaca.
Los trabajos de Toledo se exponen agrupados en categorías como Animales en tierra, entre los que se encuentran Lagarto (1973), Cangrejos (1975) y Tortugas (1978). También aparecen historias de Juchitán y objetos, en su mayoría esculturas, realizadas con conchas de tortuga como Nabigu (Figuras jorobadas) de 1976. La fusión del sujeto y la tierra, del aire, la tierra y los insectos o de los mapas y la historia son otros de los grupos, junto a imágenes de muerte y autorretratos y libros. También existen grabados, una serie de aguafuertes y xilografías donde el artista habla sobre los desvaríos humanos, la vanidad y el sufrimiento y entre los que se encuentran ocho de los autorretratos de la muestra.
Tras un periodo transitorio de fantasía y colores vivos a finales de los sesenta, Francisco Toledo comienza un ciclo de grandes pinturas, entre las que se encuentran Rua Nisado, título en zapoteca que alude a los “labios” donde se encuentran la tierra y el agua. Junto a los lienzos, Toledo emplea diversas técnicas como la cera policromada sobre madera, como se aprecia en El cañón del Juchitán. El modelado en arcilla, que aparece en Autorretrato (el viejo) de 1996, así como varios procedimientos aditivos, le llevan a incorporar al lienzo elementos orgánicos, como conchas, cáscaras de huevos o de pistacho, como se puede apreciar en Títulos primordiales de 1988 y 1990. Todo ello testimonia su afición por el trabajo en el suelo, espontáneo y realizado con componentes básicos y locales.
El sexo y la escatología son una constante en la obra de Toledo y aportan un carácter inconfundible a su producción. En El coyote y el conejo se puede ver la exuberancia erótica femenina, junto a una simbología fálica que se reitera obsesivamente en sus obras.
Toledo es admirado en México por su arte y por su lucha a favor de los indígenas y el medio ambiente. Su carácter solitario y poco aficionado a la autopromoción, influye en la difusión de su trabajo más allá de las fronteras de México. Exposiciones como ésta, realizada en el Museo Reina Sofía, contribuyen a divulgar el importante trabajo de este artista.
Datos de la exposición
Whitechapel Art Gallery, Londres (14 abril - 7 junio, 2000)
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